Un día contando
lunas
en las riberas
del río,
le taparon nubes
grises
su cuerpo desnudo
y frío.
Se acostó bajo el
farol
oculto de las
estrellas
espantadas por el
rocío
gélido de la
madrugada.
Se tumbó una
noche
cuando acababa el
estío,
despertó
tiritando
ya cercana la
aurora,
despertó bajo un
manto
pasajero de cirros,
que con un suave
llanto
de lágrimas le
avisaba
que se acababa la
noche
y renacía la alborada.